Carta de un bebe feliz que aun no nace



Con solo 3 meses de gestación, y sin nombre definido para presentarme ante ustedes, quiero contarles mi historia ya que tuve la suerte de no ser abortado. La mía es también la historia de miles de niños cuyo grito quedó ahogado entre las manos de un personaje que juró dedicar su talento y sus conocimientos a salvar vidas y, sin embargo, ha segado la de muchos. Yo naceré y quiero hablar por los futuros niños que podrían verse en los apuros en que me ví yo.

Comenzaré por contarles que me encuentro dentro del vientre de mi madre; en un saco grande en el cual, verdaderamente, estoy cómodo. Tengo todo lo necesario, ya que estoy en una temperatura ideal, no tengo frío ni calor. Debo ser alimentado en una forma regular pues tampoco siento hambre. A mi alrededor reina una oscuridad absoluta que me permite dormir cuando quiero. Me llevan a todas partes, ya que siento el vaivén del ir y venir y la agradable sensación de compartir con mi mamá todos los momentos de sus días y sus noches. Mi corazoncito está latiendo desde que tenía 18 días de concebido y mi mamá no sabía todavía que yo existía. Sé que mi cerebro ya está funcionando porque me muevo con agilidad y me asusto cuando mamá baja corriendo las escaleras.





Dentro de 4 ó 5 meses estaré en condiciones de enfrentarme al mundo. Debe ser muy bello, me lo dice mi alma; ese soplo divino que Dios me dió en el momento de ser concebido. ¿Será hermoso y lleno de luz? Y mamá, ¿estará loca de alegría al verme? ¿Como me querrá ya?. ¿Tanto o más que yo la quiero a ella?... De mi mamá sólo conozco el tac tac acompasado y suave de su corazón, ese corazón que, al latir, impulsa la sangre para que yo me alimente, crezca y madure. Que bellas sorpresas me esperan en ese mundo que no conozco. Y yo tengo también sorpresas para mi madre; mi peso, mi sexo y el color de mis ojos y de mi pelo. Cuando crezca tengo que cuidarla, que mimarla. Cómo será mi mamá? La imagino linda, con cabellos color canela y unos ojos grandes aterciopelados, muy dulces y muy negros.

Todo iba muy bien para mí hasta el día en que me sentí llevado a un sitio que me produjo un miedo que no podría explicarles; algo me decía que estaba en peligro. Deseché el pensamiento; ¿si estaba con ella, quién podría hacerme daño? La reflexión no me tranquilizó y apoyé mi orejita a la pared del estómago de mi mamá. Lo que alcancé a oir me paralizó de pánico. Se hablaba de algo que yo no entendía. Mi tiempo de gestación: 3 meses... Se me iba a abortar. ¿Abortar? Esa no era la palabra. Nacer me había dicho el Señor. ¿Abortar, que sería? Me apreté más contra ella, no sólo por miedo, sino para oír mejor. Se me sacaría de mi nido tibio y cálido. Mamá sería anestesiada; ella no sentiría nada y yo sería sacado en pedazos. Así no podría vivir, no podría conocerla, no podría amarla y ella no podría verme nunca; yo moriría, iría a parar a un saco de basura... ¡Pero no!... ¡Ella no lo permitiría! Apreté mis pequeños puñitos y empecé a golpearla y a gritarle con toda mi alma: No dejes que me maten ¡Sálvame!.

¡Tú eres la única que puede defenderme!... Líbrame de las pinzas atroces que ya siento preparan contra mí, Seremos tan felices, tengo tantas alegrías reservadas sólo para tí. Mamá no permitas que me separen de tí, yo quiero ser tu hijito. Dios me dió el permiso de acunarme en tu seno, no vayas contra Dios. Mi alma volará al infinito sin conocerlo, sin poder amarlo. Señor, ¡ilumina a mi madre! La quiero mucho para que me arrastre mi recuerdo como una pesadilla, Señor, yo la perdono, pero dále Tu Luz, que me permita nacer y probarle que, en un futuro, bendecirá todos los minutos de su vida por haberte oído.





Empecé a caer en un sopor, ya no podía sujetarme a ella con mi misma fuerza. Sentía un sueño pesado y mis manitas empezaron a soltarse lentamente, hasta quedar flotando dentro de mi madre. Comprendí que mamá había sido anestesiada, faltaría muy poco para que comenzaran a destrozarme y ¡moriría! No puedo recordar muy bien: el sopor se hacía más pesado, sólo pensé que mi estancia en el seno de mi madre había sido muy corta. Perdónala, Señor, es tan joven... La oscuridad fue más profunda y no supe más de mí; en un último esfuerzo le dí un beso.
Para sorpresa de ustedes y mía mayormente, oí llorar. Me sacudían los sollozos, lágrimas cálidas comenzaron a rodar por mí como rocío bienhechor. Su contacto me sacó de mi sopor y empecé a palpar en la oscuridad.

Tenía mis dos piernitas, mis brazos y mis manos que me llevé a la cara, la cual estaba intacta. Estaba entero, estaba completo y seguía allí, en mi cálido nido; era yo, sí, era yo!. Dí muchos saltos de alegría, tocando todo. No era el limbo, no era el infinito, era el vientre de mi madre, era ella, el tic tac de su corazón me lo decía.
¡Qué alegría! El Señor me había oído, me había salvado; nacería, llegaría a mi plena madurez, conocería a mi madre, podría verla, tener sus caricias, sería su hijo y yo tendría la mamá más buena del mundo. Qué contento estaba! No se me había abortado!.


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